¡compañero Allende!

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viene un Nuevo 11 de septiembre y con él remembranzas de un pasado, que con el paso de los años se vuelve más difuso, pero no por ello menos cargado de emotividad.

Aunque si bien, ya esa fecha no les pertenece exclusivamente a los chilenos (producto del 11 gringo), gran parte del mundo anónimo, ese que soñaba caminar libre por las alamedas vio con la muerte de Allende, Víctor y Pablo como se terminaban gran parte de sus sueños y que ahora si querían alcanzarlos tendrían que mirar hacia las estrellas.

Con la traición del “rastrero de Pinochet” se firmaba la sentencia de no sólo la muerte de millares de hombres, niños y mujeres víctimas de un pensar distinto, ese que hablaba de igualdad y fraternidad. Sino que también el de la cultura y la inocencia de un pueblo que veía en el diálogo y el debate de ideas verdaderas herramientas que cambiarían el devenir de Chile.

Miles de homenajes, piedras lanzadas al cielo y uno que otro “¡presente compañero Allende!” se dejarán caer estos días como cuales lágrimas derramadas por una madre al contemplar la muerte de un hijo. Sin embargo, la muerte de don Salvador no fue en vano, ya que el sembró la semilla que más temprano que tarde florecerá haciendo de todo niño o niña; campesino o campesina, finalmente libre de creer que si las manos son suyas es suyo lo que les den.

Me encantaría tener la retórica de Allende, los versos de Neruda o la sensibilidad de la palabra de Víctor. Pero como no los tengo sólo emito estas burdas palabras al viento con la secreta esperanza de que vuelen como palomas arrojadas por la mano de la fe en que las cosas pueden cambiar.


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