Si la música está al servicio del cine, o si por el contrario, el cine al servicio de la música, es una discusión que el filme “Muerte en Venecia
” (1971) se presenta como una prueba que poco ayuda a dilucidar esta interrogante. A cargo del director italiano Luchino Visconti
, esta adaptación de la novela “La muerte en Venecia” de Tomas Mann, durante sus 130 minutos de duración, lo que en realidad busca mostrar es como Literatura, música y cine forman un verdadero todo, en que uno no puede valorarse y verse completo sin el otro.
“Eso no es vergüenza es temor. La vergüenza es un desequilibrio espiritual al cual tú eres inmune, porque eres inmune al sentimiento”. Con este tipo de diálogos nos vemos sumergidos a los tormentos que aquejan a Gustav Von Aschenbach (Dirk Bogarde). Un compositor de música clásica que llega a la ciudad de Venecia buscando escapar de los recuerdos que configuraron la muerte de su hija, o el fracaso de su matrimonio.
Es en ese mundo de recuerdos, donde emerge Alfred; un antiguo colega de música, donde discusiones philosóficas y artísticas, son el ley Motive de gran parte del escenario que recubre el filme. Es también, donde Visconti despliega toda su genialidad como director y unificador.
El recurso del Flashback es el que hace exportable los monólogos interiores de Aschenbach, que en la novela de Mann lo inundan todo. De allí que en la adaptación cinematográfica casi no existan diálogos y la fotografía de Pasqualino De Santis sea tan importante.
Y es que los hermosos encuadres que muestran como Aschenbach progresivamente se va enamorando platónicamente de Tadzio (Romolo Valli), en un proceso que muestra como aún en nuestros días persiste la gracia por lo estético, no serían posibles si es que no se jugase con la gran lentitud de las diversas secuencias, que lejos de ralentizar la obra, lo que hace es permitir más profundidad.
Sin embargo, para que Muerte en Venecia sea un todo, no se puede soslayar el tercer elemento que conforma este melodrama: la música dispuesta por Gustav Mahler
, que desde incluso los créditos que luego darán paso a un fundido y a la visión del muelle veneciano, nos hace sentir que la vida no sería tal si es que no existiese la música, o el mundo de las letras. No por nada el universo hace tiempo ya fue atrapado (y moldeado) por el cine, que ahora atrapó para suerte nuestra la música de Malher.
” (1971) se presenta como una prueba que poco ayuda a dilucidar esta interrogante. A cargo del director italiano Luchino Visconti
, esta adaptación de la novela “La muerte en Venecia” de Tomas Mann, durante sus 130 minutos de duración, lo que en realidad busca mostrar es como Literatura, música y cine forman un verdadero todo, en que uno no puede valorarse y verse completo sin el otro.
“Eso no es vergüenza es temor. La vergüenza es un desequilibrio espiritual al cual tú eres inmune, porque eres inmune al sentimiento”. Con este tipo de diálogos nos vemos sumergidos a los tormentos que aquejan a Gustav Von Aschenbach (Dirk Bogarde). Un compositor de música clásica que llega a la ciudad de Venecia buscando escapar de los recuerdos que configuraron la muerte de su hija, o el fracaso de su matrimonio.
Es en ese mundo de recuerdos, donde emerge Alfred; un antiguo colega de música, donde discusiones philosóficas y artísticas, son el ley Motive de gran parte del escenario que recubre el filme. Es también, donde Visconti despliega toda su genialidad como director y unificador.
El recurso del Flashback es el que hace exportable los monólogos interiores de Aschenbach, que en la novela de Mann lo inundan todo. De allí que en la adaptación cinematográfica casi no existan diálogos y la fotografía de Pasqualino De Santis sea tan importante.
Y es que los hermosos encuadres que muestran como Aschenbach progresivamente se va enamorando platónicamente de Tadzio (Romolo Valli), en un proceso que muestra como aún en nuestros días persiste la gracia por lo estético, no serían posibles si es que no se jugase con la gran lentitud de las diversas secuencias, que lejos de ralentizar la obra, lo que hace es permitir más profundidad.
Sin embargo, para que Muerte en Venecia sea un todo, no se puede soslayar el tercer elemento que conforma este melodrama: la música dispuesta por Gustav Mahler
, que desde incluso los créditos que luego darán paso a un fundido y a la visión del muelle veneciano, nos hace sentir que la vida no sería tal si es que no existiese la música, o el mundo de las letras. No por nada el universo hace tiempo ya fue atrapado (y moldeado) por el cine, que ahora atrapó para suerte nuestra la música de Malher.
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