Alejandra Matus - El libro negro de la justicia chilena

Cuando se hace un análisis de una obra literaria –en este caso de corte periodística- se pueden tomar dos caminos para valorarla. Por un lado, un estudio estrictamente “inmanente”, esto es, sólo ver la obra dejando de lado cualquier otro tipo de valoración que pudiese estar alejada del texto y por otro, en donde se sale de los límites del papel para tomar en consideración al contexto y las repercusiones que este escrito pudiese haber desarrollado en la sociedad.

“El libro negro de la justicia chilena” de la periodista Alejandra Mátus, que da cuenta de las diversas irregularidades del poder judicial en Chile a lo largo de su historia –a nuestro entender- alcanza disparidad a la hora de su evaluación en las categorías ya antes citadas. Si se toma desde un punto de vista mediático el libro es sencillamente notable debido a que incluso antes de su publicación ya generaba comentarios. De hecho, en la conferencia de prensa con motivo del lanzamiento del libro, un martes 13 de 1999, el ministro hasta ese entonces de la corte suprema Servando Jordán estaba preparando una querella contra la autora y la casa editorial.

La historia diría que Alejandra Matus tendría que auto exiliarse para evitar ser detenida primero en Buenos Aires, y luego en Estados Unidos donde hasta que en 2001 el presidente de la república de Chile Ricardo Lagos, firmaba una nueva ley que derogaba a la siniestra “Ley de Seguridad del estado”.

Sin embargo, si se toma desde la perspectiva del análisis sólo a niveles textuales se encuentra con varios ripios, en donde por largos pasajes se hecha en falta el tener claridad respecto a las fuentes que dan tal o cual información.

Un caso de esto, es cuando se refiere a la llegada a la corte suprema de Arnaldo Toro -el 12 de julio de 1989- que según la misma autora no contaba hasta la fecha en su currículum ninguna actividad académica de importancia, ni fallo relevante. Si bien esto es una apreciación personal que debe existir en el periodismo el desconcierto –al menos para quien escribe este comentario- se hace evidente cuando tan sólo dos líneas más abajo se lee:

“Según un magistrado en funciones en la Corte Suprema, a Rosende -el encargado de designar los cargos en el poder judicial- se le acabó la lista de ministros que pudiera considerar incondicionales y tuvo que «raspar la olla»”.

Sin embargo, encontramos puntos altos como cuando se habla del ministro Carlos Cerda a quien además de dar a conocer su carrera judicial permite al lector adentrarse en frases memorables de uno de los pocos ministros sino “intachables” valorables a la hora de buscar hacer verdadera justicia. Frases como esta, por ejemplo, “el gran desafío cultural sea el de que asumamos como pueblo que debemos dejar definitivamente atrás el tiempo en que ‘la autoridad era verdad’, para advenir a aquél otro en que ‘la verdad sea autoridad’”».

Así el libro por sus más de 400 páginas nos va dejando ver las más diversas actitudes que tuvo el poder judicial chileno para con sus ciudadanos. Se podrá decir que esta obra no cambió el pensamiento de mucha gente, sino más bien, que terminó por reforzar el de aquellos que pensaban que las cosas estaban mal y de quienes creían, por el contrario, que se actuó bajo derecho en épocas complicadas (básicamente la dictadura), o que se desaprovechó la oportunidad de iniciar el debate de que es lo que vale más: si el difundir un trabajo, o el lucro del mismo.

Los que leen este blog esperamos que tengan claro que aquí se piensa que es más importante lo segundo, ya que el arte –aunque sea de corte periodístico- debe ser accesible para todos.


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